Ramón Arroyo
En Junio de 2009 fui invitado a viajar a París, junto al director de cine Juanma Bajo Ulloa, para presentar nuestra película “Historia de un grupo de rock” en un importante festival de cine de aquella ciudad, llamado Différent!, que era y es cita ineludible para el cine español de calidad.
Tras la disolución de mi grupo Distrito 14 en febrero de 2008 – origen precisamente de esta película – había tomado la firme decisión de no volver a tocar en directo mis canciones, hasta que llegara el momento de regresar a un escenario con el que, entonces, presuponía no muy lejano en el tiempo nuevo proyecto en solitario.
Pero no se cómo diantres aquél director del festival de cine parisino, llamado José María Riba, consiguió convencerme para tocar algunas de mis viejas canciones en la puerta del cine Reflet Médicis, en plena Rue Champollion:
– Pero cómo no vas a tocar esas canciones tan buenas. Si además la presentación de la película coincide con el día de la música, que aquí en París es celebrado en las calles por todo lo alto. – Te juro, amigo José María, que no he vuelto a tocarlas ni una sola vez, no puedo, sería largo de explicar, siento que no puedo. No es ningún capricho, es lo que siento. – Sí, pero Mariano, piensa que…
Pero no fue solo esta vez. Meses después – ya siendo buenos amigos – José María Riba y yo volvimos a coincidir en el Festival de Cine de Morelia (México) donde, en una fiesta posterior a la presentación de nuestra película, de nuevo me hizo subir a un escenario. Y esta vez… de improviso… compinchado él con el cantante que amenizaba la fiesta y con el tequila en mi gaznate… que hizo lo demás. Sí, allí también volví a tocar algunas de mis antiguas canciones. Nadie más en estos años ha conseguido que yo haya tocado aquellas canciones, solo él… y conste que he tenido muchas, pero muchas propuestas en ese sentido. De hecho, en cada festival de cine donde he acudido – y han sido muchos – ha habido una propuesta al menos, o directa, o en el entorno del evento cinematográfico. Pero la decisión por mi parte de no tocar era firme… excepto para José María Riba.
Pero bueno… regresemos a París, Junio de 2009. Porque, curiosamente, aquella inexplicable – y contraria a mi convencimiento – decisión de tocar en la puerta de aquél cine parisino fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida por muchos e importantes motivos, y entre ellos por uno que relataré a continuación:
Nada más llegar a nuestro hotel en París, con mi mujer y mi hijo de tres años, recibí una llamada en el teléfono de la habitación.
– ¿Hola quién es? – Hola soy Ramón – ¿Que Ramón? ¿Eres de la organización del festival? – No, soy Ramón, el guitarrista de Los Secretos y he venido a tocar contigo. – ¿Qué? ¿Ramón? ¿Es una broma? Pero… yo no sabía nada… como es posible… encantado de conocerte. Pero ¿Qué dices? ¿Y cómo vamos a hacer? – No te preocupes Mariano, mi amigo Riba me contó que ibas a tocar y me propuso que te acompañara y aquí estoy. He estado preparando en casa alguna de tus canciones. Es cuestión de que las ensayemos un rato antes de la actuación, en el camerino y ya está. – Joder… pero no me lo puedo creer… ahí nos vemos, un gusto conocerte y tocar contigo. Hasta mañana Ramón. Pero oye…
– Ahí nos vemos Mariano, hasta mañana.
(Colgado el teléfono)
– ¡Joder….! ¡Susana! ¡No te lo vas a creer!
Así conocí a Ramón Arroyo. Al día siguiente estábamos ensayando él y yo varias de mis canciones en un rincón del camerino habilitado para la ocasión en aquél cine del Quartier de la Sorbonne en París. Allí estábamos, junto a otros artistas que participaban en la gran fiesta organizada por el festival de cine; con mi hijo de tres años correteando por todos lados, por el camerino, por el cine, hablando por ahí con todo el mundo mientras Susana sonriente iba corriendo tras él a duras penas, entre invitados, artistas, organizadores, público y tramoya.
Y un rato más tarde Ramón y yo estábamos actuando juntos en la rue frente a un montón de público que conseguimos emocionar, que cantó aquellas canciones que ya pertenecían a mi pasado; a nuestra película que se acababa de estrenar en París; y que yo no pensaba iba a volver a tocar más en directo.
Lo siguiente: Algunos encuentros, llamadas, coincidencias viendo conciertos en San Sebastián. Hasta hace unos meses en que Ramón se encontró por casualidad en Gijón con Enrique Mavilla donde sus respectivas giras (Los Secretos y Rulo y La Contrabanda) coincidían. Al parecer comentaron acerca del trabajo previo para la grabación de mi disco en solitario y Ramón le dijo a Quique que le gustaría participar en él. Días después Ramón y yo nos vimos en una actuación de Los Secretos en Zaragoza y le propuse hacer una canción. Y ya una vez comenzada la grabación le propuse hacer dos canciones más. Tres canciones en total que, dentro del disco, representan la parte más desnuda y delicada para mi. Tres canciones que me parten el alma. Y así ha sido, y yo sigo sin creer que uno de los guitarristas más grandes que he escuchado en mi vida, alguien a quien seguí los pasos desde mi adolescencia, esté compartiendo conmigo mis nuevas canciones, en estudio y – como todo el mundo pudo ver el otro día en el concierto de Radio 3 – también en directo.
No se cómo agradecer a Ramón su colaboración, cuando le veo tocar conmigo no me lo creo, yo que con 16 años sacaba sus canciones de Los Secretos con mi guitarra. Recuerdo perfectamente sus primeros singles en vinilo que yo compraba; aquellas canciones que eran excepcionales en mitad de una gran movida madrileña, entre la que Los Secretos, Nacha Pop y Radio Futura eran la gran referencia, musicalmente hablando, para mi. Estos tres grandes grupos eran otra cosa. Y Ramón es uno de los guitarristas con los que siempre hubiera soñado tocar, solo que ni en sueños albergaba la posibilidad de que esto algún día pudiera suceder. Ni por asomo hubiera podido imaginar que algún día fuéramos a compartir estudio, escenarios y amistad. Millones de gracias querido Ramón. Cómo podría corresponderte yo… “ni modo”, como dicen en Méjico.
Mariano Casanova