Entrevista en la revista "Paisajes Eléctricos"
“Vivo gracias a mi mujer, Susana. Y te lo digo en el sentido más literal de vivir” (Mariano Casanova)
Léelo en la entrevista más reciente que se ha publicado en Paisajes Eléctricos Magazine
Mariano Casanova, tantos ríos y tantas vertientes
‘SI hay algo que no soporto es el patetismo’
Por el simple hecho de tener una afición, uno puede llegar a vivir de ello. Como con todo, y en este caso con la música, muchos amigos, de chavales, deciden juntarse para montar una banda. Al principio lo hacen por el mero gusto de tocar juntos, pero luego la cosa va más allá cuando el talento y la suerte florecen. El camino que depara a esos jóvenes puede dar bandazos y hasta víctimas a lo largo de su recorrido, pero también buenos recuerdos y días de gloria. Distrito Catorce es una banda que ha vivido, crecido y muerto dentro de una hoja de ruta con idas y venidas entre la desesperación y el cielo. Después de veinticinco años, el grupo decía adiós en la Sala Multiusos de Zaragoza el 2 de febrero del 2008 ante un público que le había dado todo desde que se formaron en 1982 en el barrio de La Jota. Ahora ya han pasado cerca de treinta años en total y era el momento adecuado de asimilar lo ocurrido. Por ello Historia de un grupo de Rock, película dirigida por Juanma Bajo Ulloa, recoge fielmente toda la historia del grupo de Mariano Casanova, desde el comienzo hasta el final. La siguiente entrevista con Mariano se realizó bajo el frío de la misma ciudad que alumbró a Distrito Catorce, en una cafetería que fue protagonista de una larga conversación llena de emotividad. Sí, Distrito Catorce desaparecía como grupo, pero no su legado, el mismo que guardan muchos en el corazón. Mariano, por su lado, ya prepara un disco en solitario.
¿Qué le deparará la vida?
¿Se monta una banda de Rock para sobrevivir?
Eso es algo que no se te pasa por la cabeza cuando montas una banda de Rock. Al menos a nosotros no se nos pasó. Pero claro, la primera banda que nosotros hicimos fue con doce años. Lo que sí que piensas es en sobrevivir con la música. Por supuesto. De hecho, siempre lo he pensado y lo sigo pensando. Tú quieres dedicarte a esto, y para dedicarte a esto tienes que sobrevivir. Si tú inviertes ocho horas de tu tiempo en otra cosa, las estás restando a tu profesión, si es que tu sentimiento es profesional. En nuestro caso, siempre nos sentimos profesionales. Cualquiera que tiene una vocación en una profesión, su aspiración es poder vivir de ella.
Suelo hacer las letras hablando de lo que yo siento, pero creo que el fundamento o el fin es que la gente las haga suyas. Lo de “golpe tras golpe” lo va a entender todo el mundo, desde luego.
Pero cuesta.
Hombre, yo he sido siempre profesional, y podría decir que he sobrevivido y que estoy vivo, pero siempre las hemos pasado canutas estando ahí, en el filo. Podría contarte mil historias, como conocer lo que es comer de las cajas de la Cruz Roja, vivir durante años en un sitio infrahumano… Conozco lo que es estar con la luz cortada una semana.
Recuerdo la historia de cuando estuviste viviendo en Madrid en plan “hippie” en un piso desastroso. No… no lo recuerdo. ¡Ah, sí! Espera. Eso fue durante la grabación de “La calle del sol”. ¿Sabes quién era el cocinero? ¡Gilito! En el DVD sale una foto suya y le dedicamos una canción. Su padre es el señor que aparece cuando estamos en la iglesia. Gilito estaba siempre con nosotros. Teníamos un local en Garrapinillos, en el chalet de un americano que al final terminó siendo partícipe de nuestra aventura, y Gilito vivía con nosotros. Fíjate, dos días antes de comulgar, de una pedrada me rompió dos dientes. Bueno, uno y medio. Eran de leche y luego los recuperé (risas).
¿Y se disuelve una banda por supervivencia?
No. Bueno, no lo sé. Te hablo en mi caso. En el caso de nuestra banda, intervienen bastantes factores. Normalmente coinciden múltiples cosas, pero lo normal no es despedirse como nosotros; todos juntos en un escenario con una película de Juanma Bajo Ulloa. Pero sobre todo el hecho de llevarnos bien. En la película no se ve del todo, pero sobre ese escenario pasaron todos los que estuvieron en el grupo durante los veinticinco años excepto Paco [Francisco J. Jaraba], que fue guitarrista nuestro en “La calle del sol” y que en ese momento, en el que se grabó el DVD, estaba en otra dimensión y reñido con la música. No con el grupo, ¿eh?, sino con la música. Pero en fin, nos despedimos con una paz y con una sensación del deber cumplido que no voy a olvidar en la vida.
¡Esa es la palabra! ¡La paz! Esto era una muerte en paz, totalmente de verdad. Cuando hablan de morir en paz, yo puedo decir que ya lo he conocido.
¿Igual que un funeral vikingo?
¡Exactamente! Esa imagen, además, es cojonuda. Incluso la he tenido en mi mente. No la del barco vikingo exactamente, pero sí la de un navío que lo dejas ya a su suerte para que caiga donde caiga y vaya donde vaya a merced de la marea. Hay una canción que habla de eso y que se llama ‘Canción con un verso roto’. Si te fijas en la letra, aparece ese barco que tú me acabas de nombrar.
En ‘Soñando otra vez’ recuerdo esas otras palabras que os representan muy bien: “golpe tras golpe”. Pero hombre, la vida tiene eso, no solamente la trayectoria del grupo. Tampoco es que crea que nuestra vida, la de la banda, tenga más golpes que nadie, porque estoy seguro de que hay otras vidas con muchos más golpes. Más o menos suelo hacer las letras hablando de lo que yo siento, pero creo que el fundamento o el fin es que la gente las haga suyas. Lo de “golpe tras golpe” lo va a entender todo el mundo, desde luego.
Dejas el barco a la deriva… y sigues con algo en solitario.
Sí. Lo de Distrito Catorce, por un lado, era eso; dejar a la deriva el barco y que pasen los años. Ya está hecho el trabajo. Precisamente, morir para renacer de nuevo. Eso lo llevo en mis genes.
Llegado un momento, me di cuenta de que sentía que podía tener el privilegio comenzar de nuevo. Joder, después de haber dedicado veinticinco años al grupo y treinta o más tocando, volver a sentir la sensación de empezar de nuevo, desde la nada, es muy grande. Hombre, habrá algunos que digan que no he empezado desde la nada, porque ya he hecho un recorrido. Y sí, es cierto, porque no es lo mismo que empezar sin tener un solo disco, desde luego, pero sí que es empezar de nuevo porque tampoco cuento con nada, en principio, más que con mis canciones. Y aquí no sirve nada de lo que ya haya hecho, al menos en mi parcela musical, en el tipo de cosas que yo hago. Igual si hubiera sido otro tipo de cantante… tal vez sí, porque te puede ayudar otro tipo de cosas. Pero digamos que, en la música seria, por llamarle de alguna manera, creo que tienes que estar siempre demostrando que lo que haces es mejor a lo que ya habías hecho con anterioridad. Por lo menos así me lo he planteado yo. Lo presente tiene que superar a lo anterior, si no, no lo saco.
¿Significa eso que tienes que demostrar tu credibilidad presente respecto a lo anterior?
No. La credibilidad a lo anterior ya está grabada, aunque cualquiera se pueda “ir de lado”. Hay muchos casos en los que se ha hecho un quinto disco horroroso, pero eso no quita para que los cuatro anteriores hayan sido geniales. No es por compararme, pero lo único que trato de hacer, siempre que hago un disco, es ganarme el derecho de hacer el siguiente. Ese ha sido mi objetivo. Siempre me he planteado los objetivos como si fuese el último disco a grabar. Y te hablo desde el primero. Cuando termino el último día en el estudio, necesito sentir que me he ganado el derecho de grabar otro. Esa es la fuerza que he tenido. Si yo hubiera esperado a que un disco me recompensara económicamente, hubiera sido un desastre.
¿Y siempre te has sentido así? ¿No ha habido un momento en el que no estuvieras con esa sensación?
No. Solo hubo un momento en mi vida de presión absoluta, de no poder coger la guitarra -cosa que desde niño nunca me había pasado-. Pero gracias a eso vino todo un despliegue de la hostia.
¿En qué época te sucedió? Al volver de grabar el disco en Cuba, en el 98. Anteriormente, habíamos estado por primera vez en Estados Unidos en el 97 y en el 96 ya visitamos Cuba. O sea, que veníamos de tres viajes seguidos donde nos habíamos sentido reconocidos artísticamente. La primera vez en Cuba nos dio todas las fuerzas para hacer lo que vino después. Sentir el reconocimiento acústico por parte del público fue una inyección de energía brutal. En Estados Unidos, en el 97, en California, nos ocurrió otra vez. Llegamos allí y vimos que, lo que al principio parecía una cosa muy modesta, acabó siendo algo muy grande. Luego, más tarde, tuve un problema importante en los oídos que me dejó hecho polvo, pero lo fui superando, aunque malamente. Después, en el 98, nos fuimos a grabar “A mitad del camino” en Santiago de Cuba. Ahí tuvimos de nuevo ese reconocimiento tan impresionante. Y te hablo de un reconocimiento de verdad, de sentirlo. No del fenómeno fan con gritos, sino de algo que se sentía.
Mi relación emocional con Antonio Vega es otra entrevista más. Podría contarte la emoción que supuso para mí que Antonio grabara una canción, conocerle y hacer una buena amistad con él.
Básicamente que reconocieran tu oficio como músico, ¿no?
Exactamente. Recuerdo que volví aquí, después de ese reconocimiento tan grande en Cuba, e hicimos una gira que nos llevó por garitos por todo el norte de España, Castilla, Valencia, Murcia… una gira en la que hacíamos salas pequeñas y tocábamos dos o tres veces por semana. Mira, fue un machaque. Era justo lo contrario a lo que habíamos vivido en Cuba. No te digo ya económicamente, porque teníamos que poner cada uno mil duros. Nos habíamos jugado la vida para irnos en una furgoneta con todo el equipo, sin separación entre el equipo y nosotros, sin dormir para ahorrar en hoteles y con hielo en la carretera, para que luego encima te engañaran y te apalearan. Ibas por ejemplo a Lugo y veías que no habían puesto los carteles que habías mandado, que te pagaban la mitad de lo que te habían dicho y que encima no te llegaba ni para comer. A pesar de eso, teníamos el punto de hacer esa gira porque había que darse a conocer.
Cuando ya teníais bastante camino hecho.
Y te hablo del 98, que por entonces cumplíamos dieciséis años de grupo. En fin, teníamos esa necesidad de tocar y de movernos para darnos a conocer. De repente me sentí a apaleado, sobre todo por los taberneros. Me di cuenta de que les estábamos montando la fiesta por la puta cara después de habernos jugado la vida a lo largo de ochocientos kilómetros. Ese trato no nos parecía mínimamente profesional y menos después de haber estado tocando por Estados Unidos en lugares en los que los dueños de las salas sabían de música y lo que estaban haciendo.
Aquí en España podían saber mucho de Coca-Cola o de cerveza, pero de lo que estaba sonando en su local, no sabían nada. Nos sentíamos muy apaleados después de ver cómo nos trataban semana tras semana, así que me hundí. No podía ni coger la guitarra. Tuve que parar la gira y todo. No sé, no podía simplemente. Aquello me hizo dejar de sentir. No sé si se puede explicar eso, pero es que no era con respecto a la guitarra solamente, sino que era en general. No podía sentir.
Es duro eso, ¿eh?
Tan duro que ni siquiera soy capaz de ponerme en la situación de entonces. Ahora lo pienso, pero no puedo situarme en ese momento. Dejar de sentir es algo que no me había pasado nunca. No tenía ni ganas de volver a sentir. El caso es que hubo un hilillo de luz por ahí que fue el siguiente: me di cuenta de que lo único que me podía hacer sentir era regresar a Estados Unidos. Y no ya a California, sino en general. Pensar dónde estaban los mejores, dónde estaba lo más complicado, dónde se movía todo el mundo… ¿Qué sitio era ese? Pues Nueva York. Era el París del surrealismo. Nueva York era una locura porque la música en español casi no tenía reflejo. Pero precisamente fue eso lo que podía hacerme recuperar el sentir. Íbamos a jugárnosla para saber si de verdad merecíamos estar donde estábamos.
¿Llevaba toda la vida engañándome a mí mismo? ¿Debería estar trabajando, no sé, de jardinero? No es que lo hubiera llegado a creer, pero como había perdido el sentimiento, fue lo único que me ató a esta vida. Ese punto de luz en medio de la oscuridad hizo que me jugara toda mi vida. Me iba a enfrentar con la realidad más absoluta. No me iba a Cuba o a California, donde habíamos tenido reconocimiento, sino que se me ocurrió ir a un lugar en el que no había estado nunca y donde estaba el centro del mundo y del mundo. Ahí iba a medirme con los mejores.
Te creciste ante la adversidad jugándotela en el peor momento.
Es que fue ahí donde vi que podía recuperar lo que se me había ido. Y recuerdo conversar esto con mi mujer, Susana, y decirle que era una locura, pero que sentía que debería ir a jugármela al sitio más difícil, donde están los mejores.
Diría que Susana ha sido un apoyo clave.
Sin ella no habría sido posible la mitad de la carrera del grupo. No habría sido posible ni siquiera mi vida sin ella. Por supuesto, mi labor sin ella no habría sido posible. No sé que hubiera sido de mí durante la segunda mitad de la carrera del grupo. Incluso como persona. Me refiero vitalmente. Ella fue para mí un ángel que… Bueno, vivo gracias a ella. Y te lo digo en el sentido más literal de vivir. Yo estaba medio muerto cuando ella apareció. Ha sido el apoyo máximo siempre. Y en el caso que te estaba contando, cuando le dije de ir a Nueva York, más todavía. Pidió un crédito al banco y nos fuimos los dos a buscarnos la vida primero a Nueva York. Llegamos allí, entre rascacielos, para ver por dónde podríamos empezar. Mandamos discos a prensa que fuimos recopilando de aquí y de allá, a ciegas. Estuvimos quince días y teníamos que encontrar el camino.
¿Y qué pasaba si se acababan esos quince días y no se hallaba el camino?
Teníamos dos semanas de dinero para encontrar un camino, el que fuera. El camino que encontráramos debía ser el que utilizaríamos para seguir con el grupo. No hay que desfallecer ni hasta en el último segundo. Fíjate qué importantes son los últimos días. Habíamos hecho muchas cosas por no había ningún resultado aparente. Recuerdo la última tarde en Nueva York, antes de volver a España, quise encontrar una revista que había en Estados Unidos de Rock latino y que había conocido en Los Ángeles dos años antes. Se llamaba “Al Borde”. Me puse a ello y contacté con una periodista que ya conocía en Los Ángeles para que me dijera dónde encontrar la revista. Curiosamente, conocí a esa periodista un último día en California al cruzarnos después de una entrevista.
El caso es que en Nueva York, ella me dijo que podía encontrar “Al Borde” en una sala que acababa de abrir en la que se programaba Rock en español, en Queens. ¡Y nosotros regresábamos a España la mañana siguiente! Fuimos para allá en metro, nos bajamos en Steinway Street y localizamos la sala, que era como una cueva (y así se llamaba: “La cueva”). Al abrir las puertas sentí que ese iba a ser el comienzo de esa gran aventura. Y así fue. Dejamos un par de discos y hubo flechazo entre el dueño de la sala y nosotros. Allí mismo quedamos en que si volvíamos, que contáramos con él para tocar ahí. A la mañana siguiente, antes de salir para el aeropuerto John F. Kennedy, miramos el correo electrónico en una especie de ciber-café y encontré el e-mail de una periodista de Chicago que se había entusiasmado con el disco que le habíamos enviado dos semanas antes. Quería que nos pusiéramos en contacto con ella lo antes posible. Recuerdo estar en el aeropuerto, con toda la gente ya dentro del avión, todavía llamando a Chicago. Ella también quería que fuéramos a tocar allí.
Lo que son las cosas; todo se gestó en la última noche y a la mañana siguiente.
Y fue después cuando se grabó el “Live in Chicago”, ¿verdad?
Exactamente. Lo que te he contado fue en Abril, y a los tres meses regresamos a Estados Unidos, casi en Agosto. Empezamos tocando en “La cueva”, en Nueva York. Había treinta personas en la primera actuación. Cuando terminamos aquella primera actuación y fuimos a buscar al dueño, pensábamos que había que buscarse la vida por otro lado debido al poco público asistente. Lo dábamos por perdido. Pero salimos, y el dueño, Jesús Giraldo, dijo que nos quería tener a la semana siguiente sin falta.
Treinta pueden ser una noche, pero en la próxima pueden ser sesenta.
Bueno, a la siguiente semana, cuando volvimos a la sala, no se podía ni entrar. ¡Nos costaba llegar al camerino! Estaba completamente llena. Incluso al salir, teníamos fila de gente de prensa. La siguiente semana aparecimos en el Newsday, en la página de espectáculos. No me lo podía creer. Llevábamos dos semanas en Nueva York y estábamos saliendo en la portada del Newsday junto a Jackson Browne y Johnny Ride contando con un artículo en la tercera página además. Recuerdo salir de la habitación en la que nos colábamos los cinco –resulta que al final si nos veían, a pesar de que yo creía que no-, y ver en la calle el Newsday con nuestra foto. Recupere el sentimiento.
Lo del hotel es cojonudo. (Risas) Teníamos que buscar una habitación barata cerca de “La cueva”, en Queens, pero había que ahorrar. Al final acabamos cinco en una habitación de dos, colándonos por la parte de atrás. Como te decía, pensaba que no nos habían visto, pero resulta que tenían cámaras y que nos habían visto desde el primer momento (risas).
Al final acabamos siendo amigos.
Pero tengo una duda. Volviste con mejores ánimos después de esas dos primeras semanas con tu mujer en Nueva York. La cosa está en que las promesas que te contaron para la vuelta pudieron quedarse en eso, en promesas. No, no. Yo lo di por hecho. Y además, me daba igual. Había encontrado el camino para ir a Nueva York y en ese momento estaba buscando una excusa. Aunque no fuera cierto, quería estar ahí. Después de ese concierto en “La cueva”, surgió otra actuación en un pueblo de Nueva York llamado Ámsterdam, en el norte. Luego vino la primera actuación en Chicago, gracias a Mónica Posada, la periodista. La segunda actuación en Chicago era en un festival. No había nada más, en principio. Allí nos pasó como en Nueva York. El primer día habría unas treinta o cuarenta personas, pero en el festival hubo incluso menos. Tocamos al medio día. ¿Pero qué ocurre? Pues que entre los pocos asistentes había gente que luego se emocionó con lo nuestro consiguiendo que nos moviéramos más y en muchos otros sitios.
O sea, que todo se montó entre Nueva York y Chicago, ¿no?
En principio íbamos a ir a California, pero no llegamos a ir. Se nos pasaron los tres meses que teníamos de visado de turista. Otra cosa interesante que ocurrió, y también clave, fue conocer al dueño de una galería, amigo de Teo González, pintor zaragozano y amigo nuestro, llamado Earl McGrath. Te sonará porque fue director discográfico del sello de The Rolling Stones. Le dimos nuestra música y nos sugirió grabar dos o tres canciones en inglés aprovechando que estábamos en Estados Unidos. Al menos para poder mostrarlo. Planteó que nuestro camino era grabar en inglés. Y ya te digo que lo hicimos. Buscamos un local en Nueva York, nos pusimos a ensayar e incluso a montar una canción nueva que estuve componiendo por las noches en Nueva York sentado en el borde de la autopista.
El caso es que no nos dio tiempo a buscar un estudio en Nueva York debido a que teníamos que volver a Chicago. Y allí, en Chicago, buscamos otro estudio para grabar. Dimos con uno en un gueto, donde se grababa Rap, pero era un edificio prácticamente abandonado con un tipo en la puerta vigilando. No nos gustó. Pero no por nada, sino porque no era nuestro sonido. Justo un día antes de irnos, me llaman para decirme que había encontrado uno.
Quedamos con el productor Jack Letourneau para grabar con él y otra vez nos volvimos a Nueva York. En el regreso a Chicago grabamos las canciones en inglés que nos propuso McGrath.
¿Ibais de Chicago a Nueva York en avión siempre?
No. También lo hacíamos “a lo burro”. Era acabar una actuación y tener preparada la furgoneta en la puerta para conducir dieciséis horas del tirón por la Interestatal 80. Todo eso rebasando los límites de velocidad y parando nada más que para mear.
Tocasteis en Los Ángeles, Chicago y Nueva York. ¿Y el sur?
En marzo del año siguiente estuvimos en Texas, en el South By Southwest, en San Antonio, Houston…
Pero el éxito, mayormente, se dio en ese triángulo que se formaba entre California, Chicago y Nueva York. Sí, desde luego. También estuve un tiempo yo solo haciendo una gira por allí con la guitarra y llegando a tocar en Miami. Recuerdo que en Las Vegas también habíamos hecho una actuación en el 97.
Vivo gracias a mi mujer, Susana. Y te lo digo en el sentido más literal de vivir. Yo estaba medio muerto cuando ella apareció.
Volvamos entonces a Chicago con Jack Letourneau.
Nos pusimos a grabar las canciones en inglés con él, y a raíz de eso vino la oportunidad de tocar con Jaguares. Teníamos un equipo de management montado allí con Mónica Posada, chica que era nuestra mánager “declarada” en Chicago, y Janet. Después de un mes, ya teníamos mánager. Eso sí, íbamos como balas y yo dormía unas tres horas al día. Era búsqueda de vida, tocaba y componía. El caso es que estaba anunciado el concierto de Jaguares en Chicago, en el Aragon Ballroom, unas semanas después, así que nuestra mánager le propuso a la oficina de Jaguares que nosotros abriéramos el concierto. Era un sueño. Para cualquier grupo de Estados Unidos, abrir para Jaguares era una barbaridad debido a que metían a mucha gente. En la actuación que sale en nuestra película, había siete mil personas. Es increíble y más cuando tres o cuatro meses antes yo no podía ni coger la guitarra, porque no sentía.
Tocar en el Aragon Ballroom de Chicago tiene que hacer sentir sí o sí.
Ya te digo. De hecho, una semana después de haber tocado con Jaguares, lo hicimos con Fabulosos Cadillacs en ese mismo lugar ante cinco mil personas. Estábamos creciendo en las salas tocando con grupos con los que luego nos ha unido una amistad para siempre, como ha sido en el caso de de Saúl Hernández [Jaguares]. Recuerdo, en octubre del 2009, estar con Juanma Bajo Ulloa presentando la película en México D.F. y Jaguares iban a tocar por última vez. Fuimos a verlos al Palacio de los Deportes con Marusa Reyes, la mánager del grupo. Eso estaba a tope. Había unas quince mil personas. Marusa nos dijo que fuéramos a un lado del escenario. De repente, se paró todo. Saúl comenzó a hablar y me dedicó ‘Afuera’, la canción que más me gusta. Jamás en mi vida me habían dedicado una canción, pero aquello me dejó alucinado. Fíjate lo que parte de aquél hilito de desesperación que te conté antes.
Y la grabación en Chicago con Jack Letourneau.
Sí. Volviendo años atrás, Jack nos dijo que iba a intentar que tocáramos en una sala llamada Martyrs, que además tiene estudio de grabación en la parte de arriba, donde él había acabado de grabar en directo a The Yardbirds y a Andy Summers. Consiguió la actuación y lo grabó, pero nosotros no éramos conscientes de que nos estaban grabando.
De todas formas, tenéis más discos de directo que de estudio. ¡Y más que podríamos tener! Después de “Live in Chicago”, en el año 2000, seguimos yendo por Estados Unidos, pero en el 2001 no podíamos más. Estábamos muertos y agotados de tanto girar y de buscarnos la vida. Fueron tres años yendo y viniendo.
¿Y no temías encontrarte con la indiferencia al volver a España? No. No, porque no volvíamos pensando en no hacer nada, sino porque había que volver. Nuestro objetivo estaba puesto en Estados Unidos, de todas formas. Aún así, nos pasaron cosas guapas aquí. En el 97, cuando volvimos del primer viaje a California, nos propusieron abrir conciertos para David Bowie. Eso la primera vez. Y en el 2000, al regresar, abrimos los conciertos de Sting en Murcia y en Granada.
Pero “El sueño de la tortuga”, aunque salió en 2004, se grabó mucho antes.
Correcto. Nosotros habíamos planeado grabarlo con Jack Letourneau en Chicago, pero en el 2001 vino el agotamiento. Desde Los Ángeles tuve que llamar a Jack y decirle que no teníamos la energía para pensar en grabar porque necesitábamos aislarnos y parar. No podíamos más. Después hablamos con Carlos Martos, dueño de los estudios Sonoland, y le comentamos que íbamos a tratar de buscar un lugar en España donde poder grabarlo, aunque primero necesitábamos volver a casa y aislarnos antes de volvernos locos de puro agotamiento y de contaminación humana. Date cuenta que era una constante búsqueda de vida durante tres años. Era ver gente, gente… y más gente. Un estado de agotamiento brutal, vaya.
Hasta tal punto, que durante ese año hubo gente que salió del grupo. Alberto Moliner, que llevaba desde niño conmigo, dejó el grupo. Y después, al regreso del 2001, lo dejó Paquito [Francisco J. Jaraba]. Nos quedamos solamente tres y el grupo se partió. Le contamos a Carlos Marcos que no teníamos dinero y que íbamos a haber grabado en Chicago con Jack, pero que al final no pudo ser. Carlos no puso problema alguno y aseguró que se iba a implicar en la grabación. Pero ya te digo, antes había que parar y aislarnos para no “irnos de la olla”. Había sido un maremagnum tan grande, que no nos daba tiempo ni a mirar atrás.
Cosa que puede ser hasta peligrosa. Sí. No habíamos podido recapacitar ni de ver lo bueno o malo que había sido todo. Nada. Necesitábamos un sitio donde rememorar todo y donde trabajar las canciones nuevas que había venido haciendo. Conseguimos aislarnos en el monasterio de Veruela. De repente, fue una iluminación el hecho de que nos dejaran estar en el monasterio durante el invierno. Pertenece a la Diputación General, por lo que no había nadie habitándolo. Montamos un pequeño estudio e hicimos allí la pre-producción de “El sueño de la tortuga”. Lo grabamos los tres solos.
Ese fue vuestro último disco de estudio. Exactamente. Ahí estuvimos tres meses, aunque la mayor parte del tiempo me la pasé sentado en una piedra en el huerto del monasterio, mirando al Moncayo. Quique [Mavilla] y Juanito [Juan Millán] permanecían en el estudio, entonces llegaba yo, tocaba, grababa y me volvía a la piedra. Y así fue. Fueron unos meses inolvidables. Se llegó a grabar un documental sobre eso. Ahí está también el concierto en directo que hicimos también en el monasterio. En fin, ahí, en ese periodo de calma, hicimos “El sueño de la tortuga”.
De ahí el título… Y del cuelgue que tengo yo con las tortugas (risas).
Una vez terminados “El sueño de la tortuga” y “Concierto en Veruela”, se aproximaría el veinticinco aniversario de Distrito Catorce.
¿En qué momento dices “hasta aquí”? El trabajo con “El sueño de la tortuga” empezó en 2001 y se terminó en 2004. La grabación fue larga y cojonuda, porque además hubo una renovación al entrar Mané Larregla a la guitarra.
Además, Antonio Vega grabó una canción. Cierto. Mi relación emocional con Antonio Vega es otra entrevista más. Podría contarte la emoción que supuso para mí que Antonio grabara una canción, conocerle y hacer una buena amistad con él. Es una serie de coincidencias y de casualidades alucinantes. Demasiado.
Sigamos con el veinticinco aniversario. Grabamos “El sueño de la tortuga” y sale en 2004. También nos cambiamos el nombre. O sea, pasamos de llamarnos Distrito 14 para ser Distrito Catorce, con letra. Ese fue el principio del fin. Ahí siento que es un trabajo distinto respecto a lo que habíamos hecho con los discos anteriores. Como que era algo más en solitario. Vale, era algo de grupo, pero no era ya el ensayo de todos los días. También se había ido gran parte del grupo con la que tenía una relación más fuerte y nos quedamos tres. Luego se fue Juanito y al final nos quedamos Quique Mavilla y yo. Al poco Quique también empezó a colaborar con otra gente… y noté como que me iba quedando más solo. Todo de un modo natural y gradual. Y hasta cierto punto, las canciones habían sido mi vida y mi historia.
¿Sería que la banda no sentía suyas las canciones? No, no, qué va. La banda, siempre que ha estado ahí, sí que ha sentido las canciones como suyas. Lo que pasa es que el empuje y la necesidad vital de defender las canciones, en primer lugar, había sido mía debido a que era yo el que había hecho la composición. Lo que pasó es que la gente se cansó de no ganar un duro y de dejar su vida, por lo que es lógico que la gente dijera que no podía más. En ese momento de ir quedándome solo poco a poco, incluso en la composición, sentía que las cosas que iba trabajando eran más para un trabajo en solitario. Durante el año del veinticinco aniversario tampoco tenía la sensación de que hubiera mucha necesidad de escucharnos. Tampoco es que existieran muchos conciertos. De alguna manera, y por otro lado, sonoramente, el grupo estaba mejor que nunca gracias a la aportación de Mané en la guitarra y la de Gustavo Siibert a los teclados. Era como la culminación de toda una vida de trabajo.
¿‘El lago de cristal’ se grabó en esa época entonces? No. ‘El lago de cristal’ tiene una historia también muy alucinante, pero se grabó después de la película. Es una canción que pertenece a la primera maqueta que sacamos en el 82. A los dos meses de formar el grupo empecé esa canción… que acabé veinticinco años después a petición de Juanma Bajo Ulloa. No la grabamos nunca en ningún disco pese a que me parecía muy bonita. Siempre se nos quedó ahí, en la memoria. Contamos con ella, precisamente, para tocarla en el último concierto que debía grabar Juanma Bajo Ulloa, pero no la tocamos porque el solo de guitarra que hay lo tenía que hacer Tito Gracia, el primer guitarrista. No se grabó debido a que dos semanas antes del ensayo lo tuvieron que operar del menisco. Tito tocó otras canciones, pero no pudo aparecer en ‘El lago de cristal’. Pero fue buenísimo. También tuvo su encaje.
¿Porqué? Porque en el concierto último estuvimos todos menos Paco [Francisco J. Jaraba] y alguien muy importante también: Ringo [Alexey Juanovich], el percusionista que conocimos en Santiago de Cuba y que tocó con nosotros en el 98. Siempre le quisimos traer a los grandes conciertos, pero aquí nunca pudimos. Su historia daría para otra entrevista. El caso es que Ringo, “gracias” al menisco de Tito, pudo llegar a tiempo y tocar antes de que la banda dijera adiós.
Habría que hacer un libro, ¿eh? Sí, siempre me lo han dicho. Y mi intención es hacer algo, ¿eh? Pero necesito el tiempo. Ahora en adelante… pienso que lo haré. Además, sin que sea aburrido. No será un libro de datos, ni mucho menos.
Todavía me resulta chocante que dijeras que parecía no haber ganas, entre la gente, de escucharos. Pero te hablo del año anterior al concierto de despedida.
Pues bueno… sentimos como que tampoco había muchas actuaciones. Era un poco triste. Hicimos un concierto en el Teatro Principal en Zaragoza, que fue muy emocionante, pero aunque hubo alguna, no hicimos mucho más. Además, como dije antes, Quique Mavilla había empezado a tocar con Bunbury y después con Amaral. Lo que no quería era utilizar el nombre del grupo. Eso de que quede el cantante de un grupo utilizando el nombre de la banda, me parece patético. Un grupo es un grupo y el compositor es el compositor. Si hay algo que no soporto, es el patetismo, por eso no quise utilizar el nombre en mi beneficio. Y por eso, como me decías al principio, quiero que el grupo quede ahora como ese grupo a merced de la marea para que siga el camino de otros tantos grupos que me han encantado y que a lo mejor no tuvieron éxito. Sería muy bonito que la gente sintiera a Distrito Catorce como algo importante en su vida. Incluso hay gente que me lo ha dicho. Pero bueno, fue un acierto total todo; el decidir terminar con el grupo para que apareciera la idea de grabar la película. Cerrar la historia con una película así, excede a los sueños que puede tener cualquiera. Ahí queda reflejado algo que ha sido la esencia del grupo. No es una película para glorificarnos, sino para mostrar lo que ha sido la banda. Todas esas decisiones, que parece que estén tomadas a contratiempo o desde un estado de oscuridad o de desesperación, han sido el germen de las cosas. Creo que esos “golpes” de la canción son fundamentales para avanzar y para aprender. Vamos de hostia en hostia, pero es que la vida es así. Lo importante, en esos momentos de angustia, es pensar que son los que te están enseñando. Pensar que el aprendizaje se obtiene de ese modo. Que gracias a esos momentos tan malos han venido los buenos puesto que has encontrado un camino que te ha conducido hacia algo mejor.
Es curioso que dijeras que no esperabas derrumbarte al terminar el concierto. No, porque nos lo habíamos montado para que eso no ocurriera (risas). Incluso unos meses antes nos planteamos el cancelarlo porque no nos veíamos capaces de subirnos a un escenario para tocar por última vez. ¿Cómo íbamos a hacerlo? ¡No íbamos a poder! Por esa razón decidimos no hablar en el concierto. Además, nos encanta no hablar para crear un concierto todo unido. De todos modos, hicimos un folleto para explicarle a la gente por qué en ese concierto no iba a haber ni una sola palabra y que lo único que se podía escuchar, como palabra, iba a ser un “gracias”.
Queríamos decirlo todo con música y que ese concierto fuera el primero de una nueva gira que no se iba a producir, por lo que el planteamiento de ese concierto fue el de ensayar como si fuéramos a hacer una gira mundial. Los ensayos fueron alucinantes y le dimos una vuelta a las canciones para hacer un nuevo espectáculo que jamás habíamos podido crear con escenografía y tal.
Hasta que llegó el final… Fue muy alucinante tocar, estar en el escenario concentrados, todos entrando y saliendo… Si te das cuenta, todos íbamos de negro porque no queríamos nada que destacara, que todos los que pasaran por ahí fueran también parte del grupo, incluso los invitados que colaboraron con nosotros, como en el caso de Bunbury, Aurora Beltrán o Alberto Gambino.
Éramos muy conscientes de que estábamos tocando por última vez, aunque eso se iba cuando ya uno se subía al escenario, realmente. Pero llegó el último bis… y sin pensarlo, me derrumbé. No pude ni cantar media canción. Imagino que ahí me di cuenta de que esa era la última vez que salía al escenario con mis compañeros de Distrito Catorce, el grupo al que había dedicado toda mi vida. Así ha sido… y así será.
¿Y si logras éxito en solitario, un éxito comercial? Eso sería cojonudo si no tengo que renunciar al lado artístico y a que las canciones me gusten a mí, que es el baremo. Mientras me gusten a mí, lo demás da igual. A ver si me entiendes; me encanta que le guste a la gente y ojalá le guste a mucha gente más para que eso me dé dinero y pueda quitarme de preocupaciones con la intención de poder hacer más discos. Si yo ganara una pasta que me permitiera no tener que preocuparme de otras cosas, estaría ganando lo más importante que hay en la vida; que es el tiempo. Y eso lo dedicaría a desarrollar mucho mejor mi labor artística. Mi deseo de ganar dinero no tiene como objetivo ganas más dinero, sino tiempo para dedicarlo a mi familia y a la música.
Si no me equivoco, para hacer la película te jugaste mucho. Susana y yo nos jugamos la casa. Fuimos al banco y pusimos la casa, con el riesgo de quedarnos en la calle con nuestro hijo de seis años. Nos lo hemos jugado siempre todo… hasta el final. Y encima sin existir el grupo y sin saber si íbamos a salir adelante. De hecho, cada mes estamos pagando a los bancos por la producción de esta película. Y todavía nos quedan años por pagar.
texto: Carlos H. Vázquez / @charly_hv