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En estos últimos días de Noviembre


En las guerras, durante los días en calma tras los bombardeos, hay niños que salen corriendo felices a la calle a jugar a fútbol o a luchar con rifles hechos por ellos mismos con maderas, entre escombros, ruinas y sacos terreros ¿Quiere esto decir que las guerras no son tan malas ya que potencian la imaginación y el júbilo infantil?

A principios de los años 70 en España casi todos los niños éramos felices, jugábamos en la calle, libres, seguros ¿Quiere esto decir que el tirano, que el dictador Francisco Franco Bahamonde fue como un buen padre para nosotros y que guió debidamente el devenir del destino de su patria? Aún recuerdo las interminables colas de adeptos al Régimen rindiéndole homenaje mano en alto tras su muerte y aquella suerte de patético Síndrome de Estocolmo colectivo vivido en los días postreros. Parecía que todo un país le lloraba, le quería, se sentía huérfano sin la presencia de su líder y de esa luz cuasi divina que al parecer de él emanaba y que había guiado a nuestra tierra, a esta unidad de destino en lo universal, durante cuarenta años gloriosos. Todavía recuerdo el miedo y cómo se bajaba el volumen de la voz en el interior de las casas, hasta convertirla en un susurro cada vez que se hablaba en familia de cualquier cosa relacionada con la autoridad, con el gobierno y ni que decir tiene cuando aparecía el tema del pasado, de la guerra aún no tan lejana en el tiempo, de los muertos, de los huidos y desaparecidos y del dolor que habitaba en el más profundo interior de tantos y tantos hogares españoles en aquellos interminables años de oscuridad, violencia y represión.

Recuerdo que un par de años antes de tan delirante y bochornoso espectáculo “Córpore Insepulto” ocurrió el asesinato del almirante Carrero Blanco y que éste llegó como un gran alivio para mí. De repente una tarde nos anunciaron con consternación que había ocurrido algo muy grave en el gobierno y se tenían que suspender las clases para el día siguiente, último antes de las vacaciones, justo cuando teníamos que celebrar en el cole un festival navideño donde tenía que salir yo a cantar un villancico, ese que dice: Veinticinco de diciembre fu fu fu. Aquel fu fu fu me producía repugnancia, me sonaba a demonios y aún más insoportable me resultaba tener que tocar su melodía con un cazú que me rechinaba en los oídos. Estábamos a punto de salir al escenario para el ensayo final y la suerte se aliaba conmigo: Se adelantaban un día las vacaciones de navidad, mi salvación en el último momento.

Por cierto, la posterior muerte de Franco quedó grabada en mi memoria para siempre como un momento realmente feliz, porque nos dieron en el cole tres días de fiesta ¡Bien! Ese fue el sentir unánime de todos los chicos. Durante aquellos tres días inolvidables de finales de noviembre estuvimos jugando a tirarnos y tirarnos sobre hojas secas amontonadas por el viento en un hueco entre dos calles del barrio. Fueron tres días maravillosos rebozados hasta las cejas entre aquella hojarasca. Desde entonces a mis once años hasta hoy, cada otoño, tras el cierzo, salgo en busca de montones de hojas secas por las calles. Tengo localizados unos cuantos rincones donde éstas no fallan si tengo la suerte de llegar antes que los barrenderos. Según me voy acercando allí las veo por fin, esperándome, amontonadas e inmaculadas para mí. Y allí acudo entusiasmado a pisotearlas con placer, casi en éxtasis, una y otra vez, primero hacia un lado, luego hacia el otro y vuelta a empezar, primero hacia un lado, luego hacia el otro, mientras escucho con deleite su crujir bajo las suelas de mis botas.

Mariano Casanova

Video clip de Distrito 14 con la canción “Dices que te vas” grabada en directo en Santiago de Cuba en noviembre de 1998 para el disco-libro "Distrito 14 en Cuba: A mitad del Camino"

Fotografía de arriba, Mariano: Susana Iraberri

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