JESUCRISTO SUPERSTAR
Tercer día. En una sociedad donde muchas cosas solo se podían hablar en las familias en casa y en voz muy baja, por miedo a que alguien de fuera te pudiera escuchar; en una sociedad donde el miedo formaba parte fundamental de su funcionamiento, nada podía resultar más atractivo para un chaval que lo prohibido. Muchas cosas estaban cambiando y especialmente en el barrio. Algunas parroquias en aquellos años se convirtieron en un foco de apertura y revolución en contraste con la iglesia oficial, la del oscurantismo y el pecado. De repente a través de algunas parroquias, como ocurrió en la nuestra del barrio de La Jota, se establecían conexiones con otros mundos posibles, más justos y que a nosotros se nos antojaban en technicolor, pero eso no era lo imperante, desde luego. En ese orden de cosas y a través de algunos hermanos mayores de mis amigos llegó a nuestro poder este álbum “Jesus Christ Superstar”, esta fabulosa obra de Andrew LLoyd Webber que curiosamente se podía comprar en las tiendas de discos, aunque la película del que era banda sonora estaba todavía prohibida en España.
Desde muy niño - tengo una memoria musical clarísima desde que tenía tres años de edad - hubo muchas canciones que fueron importantísimas para mí, canciones de Miguel Ríos, Lone Star, Elvis Presley y muchas otras, pero como álbum y de eso se trata en este reto, de escoger los más importantes de mi vida, éste fue el primero que me impactó y me marcó musicalmente para siempre. Me lo grabó en un cassette mi amigo de toda la vida y vecino de enfrente Alberto Moliner, con quien luego formé el grupo Zen y más adelante Distrito 14. El cassette original del que me hizo copia era de su hermano mayor Ramón Moliner. Esto ocurrió cuando yo debía tener 10 años de edad, las canciones que encontré en él me dejaron fascinado para siempre, aún ahora soy capaz de cantar nota por nota desde la primera hasta la última y eso que desde entonces lo he vuelto a escuchar poquísimas veces, pero está en mi corazón grabado para siempre.
En este disco que atesoré como algo sagrado descubrí la expresividad, la infinita capacidad de la música para contar historias, aún sin conocer el idioma en el que estaban cantadas. Solo con la música, los ambientes sonoros y la expresividad de la voz se podía hacer lo más importante que se puede hacer con la música, imaginar. Sí, las canciones nos hablaban de otras visiones de la realidad, de otros mundos que existían ahí afuera, otros mundos eran posibles y nosotros los amigos del barrio, no estábamos dispuestos a perdérnoslos.