PARA APRENDER PERDER
Cada instrumento que me ha acompañado y me acompaña es sagrado para mí, cada uno tiene su historia y tiene tras de sí una aventura sorprendente. Cada instrumento que ha llegado a mis manos posee un espíritu único al que debo pedir permiso para que me deje formar parte de su esencia; cada uno me regala una parte de lo que yo he sido capaz de contar en mi vida. Siento un enorme agradecimiento hacia cada uno de ellos, a todos los quiero y percibo su alma cuando mis dedos los rozan, sobre todo desde que un día tras los primeros años de Distrito 14 tuve que despedirme para siempre de mi amada guitarra Fender Stratocaster y venderla. Qué mal me siento al recordarlo desde entonces, cuánto me arrepiento de haber tenido que hacerlo, pero no tuve otra opción. Creo que es fácil imaginar lo difícil que era para mí la situación de penuria a la que llegué para tener que hacer eso. Cada vez que recuerdo aquella guitarra se me hace un nudo en la garganta y en el estómago.
Para poder comprarla había entrado a formar parte de una orquesta prácticamente siendo un niño, en 1980, a los 15 años de edad, justo ahora se cumplen 40 años. Con el aval de mi abuelo, trabajador a sueldo, de la clase media de entonces, pude adquirirla a plazos con mi propio trabajo durante tres años en los que ya no existieron vacaciones ni buena parte de los fines de semana libres durante el resto del año para mí; tres años maravillosos de aprendizaje en aquella orquesta eso sí, pero tres años de ensayos diarios al salir de clase y de intensa dedicación en que tocábamos sesiones maratonianas durante la mayor parte de los días del verano, viajando sin parar, durmiendo poco, cargando y descargando todo el equipo, montándolo y desmontándolo cada día, en cada pueblo.
“Para aprender, perder” decía siempre mi abuelo, y esa es una de las mejores enseñanzas que siempre he recordado de él. Y así ocurrió con aquella guitarra que finalmente perdí y que gracias a su confianza y a tanto esfuerzo por mi parte conseguí tener al menos durante una parte de mi vida en mis manos, aquella guitarra que un día creí que iba a acompañarme para siempre y con la que construí lo mejor de mis sueños de niño.