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GRACIAS A MI QUERIDO ÁNGEL ALTOLAGUIRRE (Y FAMILIA)


En 1989 el sello discográfico “Interferencias”, de Zaragoza, dirigido por Miguel Goyanes, Inma Mendoza y Luis Linacero, nos propusieron a Distrito 14 grabar un single donde incluiríamos las canciones “Volver a Caer” y “Sólo queda él”. La verdad es que siempre he pensado que esa propuesta fue más por amistad que porque pensaran en sacar ningún rédito económico de aquella grabación. Pero para nosotros fue importantísimo. En aquellos tiempos grabar un disco era el objetivo de todo grupo, era algo muy difícil de conseguir, no como ahora. Y casi siempre era algo que dependía de sellos, o compañías discográficas, a los que les interesara grabarte.


Nosotros habíamos grabado cinco años antes nuestro primer álbum en Alemania, de modo independiente, en un acuerdo con una persona que se había decidido a producirnos, pero aquél disco, que creo magnífico e impresionante, por varios factores, artísticos y personales, nunca hasta hoy ha visto la luz. Así que el de “Interferencias” se convirtió en el primer disco editado de Distrito 14. Y fue el apoyo fundamental para el inicio de una nueva etapa que nos llevó durante muchos años muy lejos, en todos los sentidos.


Nuestros amigos de “Interferencias” nos propusieron que la grabación fuera en Madrid y que la producción artística corriera a cargo de Ángel Altolaguirre, productor de muchos grupos de “La Movida” y cantante y compositor entonces al frente de su grupo “Ángel y Las Güais”, también recién editados entonces por “Interferencias”, y a quienes había visto en directo y me encantaban, al igual que los barceloneses “Desechables”, otro grupo del mismo sello, también recién producido entonces por Ángel Altolaguirre, a quienes yo había disfrutado en directo un montón de veces y con quienes me unía muy buena amistad, sobre todo con su batería Jordi Solá, mi querido “Pei” para los amigos, a quien hace muchos años que no veo, pero siempre recuerdo con enorme cariño.


Ángel Altolaguirre había comenzado su carrera bastantes años atrás en su ciudad, Rentería (San Sebastián), fundando un grupo punk mítico, “Negativo”, y de allí se había trasladado a vivir a Madrid, donde fue técnico de sonido en directo y productor de importantes formaciones. Él produjo el primer disco de “Alaska y Dinarama”, con quienes hizo también una larga gira como guitarrista. También muy conocido por sus apariciones en TVE en el programa “La Bola de Cristal”, hasta que a mediados de los 80 finalmente formó su grupo “Ángel y las Güais”, rock eléctrico y cañero, y él al frente sobre el escenario, un verdadero animal de escena, espectacular. Me encantaba y me encanta su modo de cantar. Así que aquella propuesta de que él fuera nuestro productor fue para nosotros toda una ilusión.


Y allá fuimos, a Madrid, a grabar junto a Ángel, los cuatro Distrito 14 entonces: Tito Gracia en la guitarra, Iñaki Fernández en la batería y yo, junto a Senda Romero, el nuevo bajista con quien habíamos decidido retomar el grupo a finales del 87, tras haber decidido su disolución a finales del 84, a nuestro regreso de la grabación del disco alemán. Senda permaneció con nosotros en el bajo un par de años hasta el regreso en ese puesto de Alberto Moliner y un tiempo después, en el 91, se incorporaría Enrique Mavilla en los teclados.


Así que aquel primer single en nuestra nueva etapa se hizo en un modesto estudio situado en el corazón de Malasaña, la Plaza del Dos de Mayo. No había muchos medios técnicos y disponíamos de muy poco tiempo, no recuerdo bien si grabamos las canciones en una sesión o en dos. Pero la experiencia de grabar con Ángel fue buenísima y sobre todo sentir el respeto y el reconocimiento artístico por parte de alguien como él. Todo fue un aprendizaje junto a Ángel y en mi caso, con respecto a la voz, recuerdo algunos consejos por su parte que me sirvieron mucho desde entonces. Siempre he recordado aquella grabación con muchísimo cariño.


No volví a ver a Ángel Altolaguirre hasta 30 años después, en septiembre de 2019, en un festival en Rentería donde se rendía homenaje a su hermano mayor, Iñaki Altolaguirre, grandísimo técnico de sonido también que, por esas casualidades y círculos de la vida, había sido nuestro técnico de sonido en directo, de Distrito 14, en los que creo que fueron sus últimos conciertos. Iñaki murió en 2001 y nos había llevado el sonido en algunas actuaciones desde el año 2000. Le conocimos gracias al que entonces era nuestro manager y sobre todo amigo Ferrán Molero. Y fue todo un flechazo artístico y todo un honor haber compartido con Iñaki Altolaguirre aquel tiempo, también en lo personal. De un valor importantísimo para nosotros su reconocimiento, al igual que había sucedido con su hermano Ángel muchos años atrás. Hasta el punto que ya retirado -por decisión propia- de los directos de rock, el buen Iñaki decidió que nos iba a hacer el sonido a nosotros en algunos conciertos, entre ellos dos donde abrimos la gira de Sting en España, en Murcia y Granada. Increíble cómo nos hizo sonar. Los técnicos de Sting, al ver su maestría, le pusieron a su disposición todos los medios y facilidades en cuanto a equipo se refiere, algo nada habitual cuando actúas de telonero, para hacernos sonar con una calidad que fue inmensamente reconocida por el público y por el mismo Sting que nos felicitó personalmente.


Por esas increíbles circunstancias que se dan en la vida, ese homenaje en 2019 al hermano mayor de Ángel, Iñaki Altolaguirre, al que fui invitado a tocar, había sido organizado por su hijo, llamado también Iñaki Altolaguirre, a quien yo había conocido poco tiempo antes, después de contactar él conmigo para escuchar los recuerdos que yo tenía de su padre, que él pensaba reunir en un documental que le quería dedicar. El sobrino de Ángel, Iñaki Altolaguirre hijo, además, había sido un descubrimiento para mí como artista -al frente de un par de formaciones, es un front man espectacular, que me recuerda mucho a su tío Ángel sobre el escenario- y también un descubrimiento como persona, adorable, como su padre y su tío. Increíble cómo la vida y la música me había acercado a esta familia, conociendo en aquella ocasión del festival también a Marga, hermana de Iñaki hijo, extraordinaria actriz y cantante.


Así que estando yo a punto de tocar en aquel festival en Rentería en 2019, me encontré en el backstage 30 años después con Ángel Altolaguirre, que también actuaba, al igual que sus sobrinos, pero él no se acordaba de mí ni de aquella grabación que habíamos hecho hacia tantos años atrás en aquel modesto estudio de la Plaza del Dos de Mayo. Pero fue maravilloso, le conté, le recordé todo y fue para mí muy emocionante volver a encontrarme con él y poder describirle qué importante fue para nosotros aquella grabación junto a él, en el devenir de aquellos años tan difíciles para nuestro grupo. Y por supuesto comprendí perfectamente que él no se acordara de aquella grabación. ¿Y por qué lo comprendí absolutamente? Porque a mí me ha sucedido lo mismo en un montón de ocasiones. Y fue una revelación para mí saber que a Ángel le sucedía esto mismo. Yo me he quedado sorprendidísimo en unas cuantas ocasiones en que se ha acercado a mí algún cantante, compositor, o músico de algún grupo, recordándome cosas que yo había hecho, o -increíble porque nada más lejos de mi intención- consejos que yo le había dado y que habían resultado ser importantes en su devenir artístico, durante grabaciones en las que yo había participado echando una mano, o incluso que había producido artísticamente, de las que no guardaba memoria alguna. Y había sido muy grato para mí saber que, después de mucho tiempo, se recordara como algo importante mi participación y más habiendo permanecido estos hechos completarme borrados de mi memoria. Son como pequeños regalos que de vez en cuando te vas encontrando y que te animan, porque te hacen pensar: ¡Hombre, pues parece que no he hecho todo tan mal! Fueron muchos años vertiginosos de los que uno cree guardar recuerdo de todo, pero la realidad es que no es así. Muy bonito haber hecho algo que haya servido a alguien la verdad. Así que ese reencuentro con Ángel fue muy entrañable, porque le pude transmitir, tantos años después, qué importante había sido él para nosotros y sobre todo para mí. Y desde entonces, desde ese 2019 pre pandemia, hemos mantenido contacto.


Y hace tan solo unas semanas, estando en Madrid junto a mi mujer Susana y a nuestro hijo, pasamos casualmente por la Plaza Dos de Mayo y el recuerdo de aquella primera grabación me asaltó de lleno en mis emociones. Así que se me ocurrió pasar a ver a Ángel, que vive allí al lado, de improviso, para que Susana le conociera y sobre todo para que le conociera nuestro hijo, para que conociera a alguien que había sido tan importante en la larga y apasionante, pero humilde, carrera de su padre y, por otra parte, en la de tantos conocidos artistas españoles. Alguien tan importante en la música española. Pero no solo eso, para que conocieran no solo el pasado sino el presente de Ángel, que acaba de sacar un nuevo disco en el que su voz, inolvidable para mí, vuelve a sonar de nuevo. Esta vez con canciones en donde sus letras giran sobre temas bien distintos a los de aquellos años 80.


He de decir que además de a la música, Ángel ha dedicado durante ya muchos años su vida a la práctica del yoga y es profesor de esta disciplina milenaria. Y quiero destacar que ha hecho este nuevo trabajo discográfico de un modo sorprendente, donde se funde ese sonido de rock potente con sus hermosas melodías de voz, ambos aspectos sello de la casa, con un mensaje lleno de luz, relacionado con una espiritualidad que es su pasión y su vida. Este nuevo trabajo suyo y también el que hizo en el pasado, se puede encontrar en las plataformas habituales tanto de música como de vídeo. Y su biografía, que podría calificar, como biografía de un superviviente, merece la pena ser también conocida, toda una historia increíble de dignidad y superación. Qué curioso que aquella canción que compuse en aquellos años de finales de los 80 y que grabamos con él se llamara “Volver a Caer”. Quizá es la única canción tan explícita que he escrito en mi vida sobre toda una época aparentemente alegre y de colores, que muchos vivimos justo en la otra parte, en lo oscuro y en los submundos. Tenemos Ángel y yo muchas vivencias en común -aunque en la distancia- que ni siquiera hemos hablado, y quizá ni haga falta.


Así que el otro día, sin saber si le íbamos a encontrar o no, llamamos al timbre de su casa. No sé cómo se me ocurrió hacerlo de este modo, porque presentarme de improviso en casa de nadie es algo que creo que jamás he hecho. Pero el caso es que en breve estábamos juntos tomando algo y compartiendo un rato inolvidable con él. Sí, apenas hace unos días y ese encuentro con Ángel en compañía de mi familia volvía a ser todo un aprendizaje. Justo en unos momentos como estos que él no sabe que están siendo complicados para mí, su conversación, su reconocimiento de nuevo y su confianza en nosotros para contarnos algunas cosas de enorme calado, volvió a ser toda una gran lección que tal vez algún día cuente - si él me da permiso - en el libro con las memorias de mi vida que poco a poco estoy escribiendo.


Gracias, querido Ángel.

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