LA FUENTE DE LOS INCRÉDULOS
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Iba con Mauricio bordeando el canal, conduciendo mi coche desvencijado, de cuarta o quinta mano. Era una noche oscura para ambos, pero el humor y el ingenio no se podían perder, ni en las peores ocasiones. Estar junto a él, fueran cuales fueran las circunstancias, siempre era una delicia, una oportunidad de compartir un tiempo, que en aquel vivir tan incierto y frágil yo ya sentía inolvidable. Creo que nadie nos podía enseñar, ya entonces, mucho más acerca del valor del presente. No sé, sería el 87 o el 88, algo así.
Mauricio me propuso parar en la Fuente de los Incrédulos y, al bajar del coche, me preguntó si sabía el porqué del nombre de ese lugar, que siempre me había llamado la atención, pero sobre el que yo no tenía ni idea. Hacía frío, sentíamos frío. Al contarme Mauricio la razón del nombre de esa fuente, ni por su parte, ni por la mía, surgió ninguna broma, ni ironía, como mucho una media sonrisa y un joder tío. Ambos estábamos allí, solos en la ciudad vacía, tratando de calmar el desasosiego un día más, una noche más. No recuerdo cómo siguió aquella noche, solo hasta donde he contado. Era un día normal, una noche normal, un martes, un miércoles más, sin ninguna importancia en nuestras vidas, que quedó grabado para siempre en el fondo de mi corazón.
Hoy, muchos años después, un busto suyo mira hacia el Barrio de Casablanca, muy cerca de ese lugar. Y ayer Mauricio fue nombrado en uno de los escenarios más importantes en España, si no el más. Mauricio ha inspirado una película entrañable que ha sido reconocida por el público, por la crítica, por todos. Sigo sin poder creer haber escuchado su nombre tantas veces durante todo este año, en ese escenario ayer y en tantos otros premios, festivales, lugares, noticias, programas, tengo que pellizcarme a veces para sentir que todo esto es real. Yo sentía mucho cariño por Mauricio, puede que fuera mutuo, al menos cada vez que estuvimos juntos, a lo largo de los años, así me lo hizo sentir y me dejaría cortar una mano si tuviera que apostar por su sinceridad y por haber sido siempre de una pieza.
Me alegro tanto por su familia, sus amigos y por los que fueron sus compañeros de grupo y escenario. Me alegro tanto por todos los que -al contrario de los que inspiraron en el pasado el nombre de esta hermosa fuente zaragozana- sí creyeron en su trabajo, en sus canciones, en él. Me alegro tanto por Mauricio.
Solo que, maldito accidente por el que dejó esta vida maravillosa el querido, el amigo Mauricio. Dejó en el camino tanto por decir, por amar, por ser amado. Él no está aquí y eso no hay nada, absolutamente nada, que pueda compensarlo, ni de lejos. Pero al menos esas canciones, que él quiso que fueran escuchadas, hoy suenan en lugares que ni en sueños podía haber imaginado.
Se de todo corazón que mi opinión no tiene importancia, pero me hago mayor y hay cosas que no quiero dejar sin decir a estas alturas de la vida, y no tengo la fortuna de conoceros para contároslo personalmente, Javier, Pepe. Tan solo soy un músico bastante desconocido, pero que ha vivido de un modo u otro, a veces más arriba, a veces más abajo, o muy abajo, muchos episodios en el devenir de la música en nuestra ciudad, pero sobre todo soy un afortunado, porque sigo vivo. Así que, humildemente, ahí va a través de las ondas, o el medio digital, o lo que sea esto, mi agradecimiento por vuestro gran trabajo y por vuestro exquisito discurso, actitud y presencia ayer sobre el escenario de los Premios Goya, Javier Macipe y Pepe Lorente.
Felicidades por estos premios tan merecidos, felicidades tanto a vosotros, como a todos los que han contribuido a crear esta película, que con tanta justicia ha sido reconocida. Me alegra mucho, muchísimo. Esto que ahora sucede, que parece tan fácil, no siempre fue así.
Mi cariño para todos los que lo habéis hecho posible.
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